La actualidad de Estados Unidos insiste en superarse a sí misma, con momentos e imágenes que solo el más atrevido guionista podría evocar. La Casa Blanca, que suele brillar distante y majestuosa, apagó sus luces: se quedó muda mientras el fuego, el ruido y los gases lacrimógenos llenaban el aire a su alrededor. El viernes, Donald Trump fue escoltado hacia el búnker subterráneo en vista de los crecientes disturbios. Dos estampas que representan la soledad del presidente: huérfano de apoyos y consenso en un momento de crisis nacional múltiple.
La última vez que el gabinete presidencial acabó metido en el búnker de la Casa Blanca, construido durante la Segunda Guerra Mundial debajo del ala este, fue el 11 de septiembre de 2001. Casi 20 años después, Estados Unidos vive una serie de emergencias apiladas unas sobre otras: la última de ellas, apenas a 200 metros del corazón nacional del poder. Fuentes consultadas por la agencia AP reconocen que el presidente y su familia se encontraban “agitados” y que este, al contrario de lo que trasluce en sus tuits, está preocupado por la violencia que sacude el país.
El presidente Trump, en cierto modo, nunca ha estado del todo acompañado. El Partido Republicano que ha logrado subyugar, gracias a su inigualable tirón entre las bases, murmura su incomodidad entre bastidores y es el único presidente cuya popularidad nunca ha alcanzado el 50%. No solo es una cuestión de cantidad, sino de calidad: quienes lo respaldan lo hacen de modo fervoroso y quienes lo detestan harían cualquier cosa por verlo fuera del despacho oval y, a ser posible, esposado.
Si bien su núcleo electoral se mantiene fiel a Trump, el rechazo del resto del país ha subido ocho puntos en los últimos dos meses, hasta un 53%. El número de personas que lo “desaprueban fuertemente” también ha crecido, según ABC News/’Washington Post’. La confianza de una gran parte de EEUU en su líder ya estaba rota. Luego llegaron la pandemia, la crisis económica y una ola de caos civil.