El analista de políticas publicas sobre América Latina en el Centro para la Libertad y Prosperidad del Cato Institute en Washington, Juan Carlos Hidalgo, escribió un ensayo sobre la realidad del porque considera que no será tan factible que el Congreso de los Estados Unidos apruebe el otorgamiento de 1000 millones de dólares para los países del triangulo norte de Centro América.
Aquí las consideraciones de Juan Carlos Hidalgo
La crisis de los niños migrantes el verano pasado sirvió para volcar la atención de Estados Unidos hacia la precaria situación que viven los países del Triángulo Norte centroamericano: Guatemala, El Salvador y Honduras. Lamentablemente, la solución que ha planteado la administración de Barack Obama es la típica de Washington: tirarle dinero al problema.
El vicepresidente estadounidense Joe Biden delineó en el New York Times la propuesta de su gobierno de brindar a dichas naciones mil millones de dólares en asistencia financiera, con el fin de promover el desarrollo económico y combatir sus altos niveles de violencia. Biden incluso señaló que este programa bien podría dar paso a “la próxima historia de éxito en el Hemisferio Occidental”.
Los retos que estas naciones enfrentan en materia económica y de seguridad se encuentran entre los más graves de las Américas y, en algunos casos, Washington ha desempeñado un papel decisivo en crearlos. Sin embargo, la evidencia empírica muestra que, cuando se brinda ayuda externa a países con serios problemas institucionales, estos pueden agravarse.
Según el Estudio Mundial sobre el Homicidio de las Naciones Unidas, Honduras, El Salvador y Guatemala se ubicaban primero, cuarto y quinto, respectivamente, en el listado mundial de tasas de homicidios por cada 100.000 habitantes.
Las autoridades centroamericanas achacan los altos niveles de criminalidad a las pandillas conocidas como maras. El drástico colapso en los homicidios que experimentó El Salvador tras la tregua que alcanzaron sus maras en marzo de 2012, y su subsecuente salto después de que esta se desmoronara, parece confirmar esta tesis.
La propuesta de la administración Obama no explica cómo la ayuda a los gobiernos centroamericanos contribuiría a resolver este problema, más aun cuando no se han articulado nuevas políticas para enfrentarlo. Y, hasta tanto estos países se encuentren entre los más violentos del mundo, es difícil avizorar un escenario en el que puedan prosperar.
La región sí cuenta con un serio problema de crimen organizado debido a la infiltración del narcotráfico. Pero aun con la prometida ayuda estadounidense, estos gobiernos se quedan cortos frente al poderío de los carteles. En 2014, Guatemala, El Salvador y Honduras gastaron juntos aproximadamente 2.600 millones de dólares en sus aparatos de justicia y seguridad. De acuerdo con un reporte del Departamento de Justicia estadounidense, los carteles tendrían ingresos anuales de hasta 39.000 millones de dólares.
Es difícil estimar con precisión el impacto que la guerra contra las drogas tiene sobre el nivel de violencia en Centroamérica, pero es claro que el narcotráfico exacerba los serios problemas institucionales de estos países. Si Washington quisiera enfrentar de raíz las causas de inestabilidad en la región, prestaría atención al llamado del presidente guatemalteco Otto Pérez Molina de legalizar las drogas como mecanismo para enfrentar a los carteles.
Tampoco podemos esperar que estas naciones implementen reformas a cambio de la ayuda, como lo sugiere Biden. Después de todo, durante casi una década, El Salvador y Honduras han recibido cientos de millones de dólares en asistencia de la Corporación Reto del Milenio por supuestamente cumplir metas contra la corrupción y en mejora de la institucionalidad. Durante este lapso, las calificaciones de estos países en el apartado de “Estado de Derecho” en los Indicadores Mundiales de Gobernanza del Banco Mundial más bien cayeron. El Índice de Percepción de la Corrupción de Transparencia Internacional refleja un panorama igualmente magro: El Salvador se encuentra en la posición 80 (de 175 naciones), Guatemala en la 115 y Honduras en la 126.
En el mejor escenario, la propuesta de Washington es un desperdicio de dinero. En el peor, dar mil millones a gobiernos con lúgubres historiales de transparencia y derechos humanos empoderará a políticos corruptos en detrimento de los centroamericanos a los que se pretende ayudar.