Ésta es la historia del científico al que le negaron el Premio Nobel dos veces. Pero empecemos por el principio.
Salvador Moncada (Tegucigalpa, 1944) tuvo desde bien pequeño un pie en Honduras y otro en El Salvador. La caravana de gente que ocupó los grandes titulares de la prensa internacional hace algunos meses desplazándose desde Centroamérica hacia EEUU huyendo del maltrato y de la miseria era un aldabonazo que venía a decir al mundo que los países de procedencia de ese hilo de personas están entre los más pobres del continente americano. Y no es un problema nuevo. Salvador Moncada tuvo la suerte de caer en una familia muy interesada en su formación académica y que, además, pudo dársela. Nació en Tegucigalpa, pero era muy pequeño cuando tuvieron que mudarse a El Salvador por un exilio político de su padre. Allí estudió primaria, secundaria y se graduó como médico en la Universidad de El Salvador.
Fue en ese momento, tres o cuatro días después de obtener el título de Medicina, cuando fue expulsado de El Salvador de nuevo a Honduras, en una suerte de intercambio macabro e intergeneracional de exilios políticos entre ambos países. Moncada participó en un movimiento estudiantil que estuvo ligado a lo que se ha dado en llamar el Movimiento de Liberación de El Salvador. Era el final de los años 60 y principios de los 70. Había mucha efervescencia política, mucha consciencia de los problemas y de la necesidad de un cambio. Se percibía de forma clara la corrupción y la falta de futuro en la situación en la que se vivía. Eso motivó el proceso de politización, pero no sólo era un movimiento estudiantil, también fue una movilización popular que dio como resultado la organización de los movimientos políticos y posteriormente armados que lucharon durante tantos años por el cambio en El Salvador.
Apenas un año antes se había producido el conflicto armado entre Honduras y El Salvador que ha pasado a la historia como la Guerra del Fútbol, tras el relato contado por el maestro de periodistas Ryszard Kapuscinski. Los combates duraron sólo cuatro días, pero terminaron por romper la ya enconada relación entre ambos países. Moncada sabía que sería diana de la represión por ser hondureño de nacimiento y por estar políticamente implicado, así que salió pronto del proceso político. Pero no lo suficiente. «Yo fui capturado y sacado de El Salvador de vuelta a Honduras en junio de 1970», cuenta el propio científico poco antes de participar en el II Simposio Científico de la Fundación Gadea sobre el tratamiento del cáncer en Madrid.
-¿Fue torturado?
-Malamente golpeado, sí. Él fue expulsado con su título de Medicina en la mano. «Tuve esa suerte», reconoce. Pero su familia, su esposa y su hija, como eran salvadoreñas, no podían ir a Honduras. Estuvieron separados durante meses. Entonces surgió una oportunidad para ir a continuar sus estudios en Inglaterra. «Teníamos que salir de Centroamérica. Aceptamos de manera inmediata para salir de la situación de impasse en la que estábamos». Aterrizó en Londres en el año 1971 para hacer el posgrado en Farmacología en el Real Colegio de Cirujanos. Aún tuvo que esperar seis meses más para que llegara su familia -su esposa, la profesora de bioquímica de la Escuela de Medicina de la Universidad de El Salvador Dorys Lemus, y su única hija por aquel entonces, Claudia Regina-.
La comunidad científica, no yo, continúa diciendo que fue una injusticia porque está muy claro cómo se hizo el descubrimiento
Salvador Moncada
Y ahí empezó a forjarse la figura científica que es hoy Salvador Moncada, y también la historia negra con la Academia Sueca que otorga los Premios Nobel desde 1901. El grupo de investigadores al que se incorporó estaba liderado por el farmacólogo Sir John Vane, a la postre uno de los ganadores del Premio Nobel de Fisiología y Medicina en 1982 y el nombre que quedaría ligado en la historia de la ciencia como el cerebro detrás del descubrimiento de por qué la aspirina calma el dolor, baja la inflamación y reduce la fiebre. Sin embargo, la patente de la prostaciclina -una molécula clave para explicar la función de la aspirina y cuyo descubrimiento fue imprescindible para entender el mecanismo de acción del ácido acetil salicílico- pertenece a Moncada y al químico que la sintetizó por primera vez. Y la idea que lo permitió fue sólo del investigador hondureño.
A Moncada le han preguntado cientos, quizá miles de veces, si siente que le han robado el Premio Nobel. La respuesta es siempre la misma, elegante y evasiva: «Tuve la suerte de integrarme en un grupo de mucha calidad científica, y de participar desde muy temprano en investigación de muy buen nivel. Y de ser parte en esa época muy temprana de uno de los descubrimientos más importantes que hemos realizado a lo largo de mi carrera, que es el descubrimiento de cómo la aspirina, y otros medicamentos parecidos a ella, funcionan para producir efectos analgésicos, antipiréticos, antiinflamatorios. Y también de su efecto secundario principal, que es el daño gástrico. Todo se explica por el mismo descubrimiento», dice discretamente.
Y ese descubrimiento es el que le podría haber permitido recoger el galardón en Estocolmo en la misma gala en la que Gabriel García Márquez se llevaba el de Literatura a Cartagena de Indias. Pero no fue así. El de Medicina fue para su maestro John Vane junto con Sune Bergström y Bengt I. Samuelsson.
Y había un consenso científico de que usted debió recoger el premio…
La cuestión del Nobel es algo que se ha discutido mucho. Yo siempre he dicho una cosa: el trabajo que yo he hecho durante toda mi vida de investigador está ahí para ser analizado. Yo estoy muy orgulloso del trabajo que he hecho.
¿Ése es el premio? El reconocimiento internacional que tengo es muy grande y estoy muy agradecido. Y el hecho de que la Academia Sueca haya decidido de una manera distinta es algo que sólo otros pueden analizar.
Su aportación no se quedó ahí. Suyo es también el descubrimiento del efecto protector del sistema cardiovascular de la aspirina en dosis bajas. Un hallazgo -en forma de un fármaco llamado Adiro- que usan a diario muchos pacientes por prescripción médica para prevenir la formación de trombos en las arterias.
Sin embargo, el destino le volvió a llevar por el mismo camino unos años después. En 1998 se repite la historia. Moncada fue el primero en descifrar el camino metabólico para la formación del óxido nítrico en el organismo. Y también de algunas de sus funciones en el cuerpo humano, como la regulación de la presión arterial, por ejemplo. Hasta entonces se pensaba que el óxido nítrico era sólo un contaminante ambiental, un producto de la lluvia ácida causada por los humos de fábricas y coches. El trabajo de Moncada -sumado al de otros investigadores posteriores- es la base del funcionamiento del que quizá es ya el vasodilatador más conocido por el público general: la Viagra.
El acta del Premio Nobel de Medicina de 1998 reconocía a Robert F. Furchgott, Ferid Murad y Louis Ignarro «por descubrimientos relacionados con el óxido nítrico como una señal molecular en el sistema cardiovascular».
¿Y no estaba usted entre los premiados? ¿Por qué?
Hay unos arreglos que son bastante difíciles de entender. Obviamente, el trabajo está ahí y la comunidad científica, no yo, continúa diciendo que fue una injusticia porque está muy claro cómo se hizo el descubrimiento.
El propio Furchgott, que abrió este campo de conocimiento reconoció poco después del fallo: «Siento que el Comité de los Premios Nobel podría haber hecho excepción este año y añadir a una cuarta persona, a Salvador Moncada». La reacción internacional fue inánime. Incluso en España la Revista Española de Cardiología publicó un duro artículo firmado por el doctor José Ramón de Berrazueta -jefe de Cardiología del Hospital de Valdecilla, catedrático de la Universidad de Cantabria y académico de número de la Real Academia Nacional de Medicina- titulado El Nobel para el óxido nítrico. La injusta exclusión del Dr. Salvador Moncada, en el que arremetía contra la decisión de la Academia Sueca.
¿Ha tenido que ver su pasado o su procedencia con su exclusión en ambos galardones?
No tengo la menor idea. La Academia Sueca nunca ha reconocido a Moncada. Pero sí lo han hecho la comunidad científica y la Reina de Inglaterra, Isabel II. En 2009 fue reconocido como caballero -una distinción que comparte con científicos como Isaac Newton o Alexander Fleming- y pasó a ser Sir Salvador Moncada. «Eso costó 40 años de trabajo de muy alta calidad. Una de las cosas que me ha preocupado siempre es hacer investigación real, hacer preguntas interesantes relevantes», cuenta el investigador.
Él, de hecho, tiene la nacionalidad británica -que comparte con la hondureña- desde hace décadas. Y asegura que siente agradecimiento con el país que le acogió y «lástima» por el Brexit. «Es querer separar en esta época en la que es necesario juntar. La ciencia británica va a sufrir. El aislamiento empobrece material, social e intelectualmente», dice.
Lo sucedido en la ciencia española en los últimos 10 años es muy triste
Moncada -con 74 años cumplidos- dirige el Departamento de Cáncer de la Universidad de Manchester, pero conoce muy bien el sistema de investigación español. El propio ministro Romay Beccaría le llamó personalmente para lanzar el Centro Nacional de Investigaciones Cardiovasculares que hoy dirige el doctor Valentín Fuster. «España necesita tomar el desarrollo científico y técnico de una forma seria e invertir lo que es necesario. El ejemplo de los últimos 10 años es triste para España. El daño que se ha hecho a la ciencia española desde el inicio de la crisis 2008 ha sido tremendo. Es un desastre». Él mismo salió de España envuelto en una situación complicada con acusaciones cruzadas en temas financieros entre el investigador y el ministerio de Sanidad en transición de carteras entre Ana Pastor (PP) y Elena Salgado (PSOE).
Pero antes, el mismo año que le negaban el Nobel por segunda vez, se casaba -también en segundas nupcias- con la princesa Maria-Esmeralda, tía del actual rey Felipe de Bélgica. Moncada ha pasado de ser un activista político de izquierdas expulsado de El Salvador a ser Sir británico y miembro de la Familia Real belga. Y a merecer dos Premios Nobel que jamás le han otorgado.
¿Le guarda rencor a la Academia sueca?
De ninguna manera.
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