Israel vive momentos dramáticos y no solo por la aprobación este viernes del confinamiento los fines de semana y las nuevas restricciones para neutralizar el desatado rebrote del coronavirus. Una crisis sanitaria y económica sin precedentes motivada por la pandemia que ha elevado el descontento social y ha profundizado la ya de por sí honda división interna en torno al primer ministro Benjamín Netanyahu, y las luchas políticas en el heterogéneo Gobierno conforman un cuadro inquietante para un país que hace escasas fechas podía presumir de haber superado exitosamente la pandemia.
De los 50 nuevos contagios diarios hace mes y medio a la cifra récord de 1929 en la última jornada. El motivo no es solo el gran aumento de las pruebas sino sobre todo la desescalada más rápida en Occidente y una gestión sin estrategia alguna. La única luz en el túnel al que los israelíes han vuelto en las últimas dos semanas es el número relativamente bajo de muertos -392 desde marzo- básicamente por las medidas en asilos.
A sus 70 años, Netanyahu afronta su verano más caliente. No le faltan motivos: generalizadas críticas por su gestión para evitar el rebrote, desastrosos datos económicos por primera vez en sus once años seguidos en el cargo, el juicio por corrupción que se reanuda este domingo, su deseo frustrado -por la pandemia- de desarticular el Gobierno de rotación que formó en mayo con el líder centrista y ministro de Defensa Benny Gantz y convocar elecciones aprovechando el desmembramiento de la gran alternativa de poder tras la decisión de Gantz, numerosas manifestaciones de protesta, la imposibilidad de anexionar en julio como prometió los asentamientos judíos en Cisjordania según el plan del presidente estadounidense Donald Trump…
La ira se escenificó este martes por la noche en tres actos simultáneos con diferentes voces. Un millar de jóvenes se manifestó contra la gestión económica en Tel Aviv donde días antes alrededor de 20.000 personas desafiaron el temor al contagio para congregarse en la Plaza Rabin y pedir ayudas en especial a los autónomos al borde del colapso. Al mismo tiempo en la localidad ultraortodoxa Beitar Illit, airadas protestas por el cierre de sus barrios mientras varios miles del movimiento «Banderas Negras» se manifestaron ante la residencia del primer ministro en Jerusalén exigiendo su dimisión por «corrupción y daño a la democracia». «No puede ser que un imputado por soborno, fraude y abuso de confianza dirija el país», acusa uno de sus líderes el ex general de brigada Amir Haskel acampado en la calle Balfour y desmarcandose de los violentos incidentes con la policía protagonizados por jóvenes.
Pero Netanyahu no teme las manifestaciones de la izquierda que se suceden desde hace tres años sino un estallido de protestas sociales como las que inundaron las calles en 2011. Es su Talón de Aquiles ya que muchos militantes del Likud creen en su inocencia en sus tres casos a juicio, aplauden sus críticas al sistema judicial y medios e incluso le perdonan que le hayan regalado champán y puros durante años pero no que empeore su situación económica.