La ira por las heridas raciales a vuelto a Washington, como suele hacer cada cierto tiempo, pero en esta ocasión en año electoral y con Donald Trump en la Casa Blanca. Una turba rodeó el viernes la residencia del presidente, tumbó vallas y se enfrentó al Servicio Secreto, que tuvo que confinar a Trump durante unas cuantas horas, hasta que la multitud marchó avenida Pennsylvania arriba, hacia el cercano hotel que lleva el nombre del presidente. Este había condenado rápidamente el supuesto homicidio de George Floyd e intentó mostrar empatía con aquellos que denunciaban la brutalidad policial del caso. Pero fiel a su carácter, Trump no pudo mantenerse mucho tiempo alejado de la polémica.
Primero, el jueves por la noche el presidente, para criticar los disturbios, recuperó en Twitter una vieja frase muy cargada racialmente: «Cuando comienzan los saqueos, comenzarán los disparos». Esa frase la pronunció en 1967 un jefe de policía de Miami para definir su estrategia policial contra los disturbios raciales, y la hizo suya el candidato supremacista George Wallace. Twitter, alertado de ella, etiquetó el mensaje del presidente diciendo que «glorifica la violencia».
Desde ese momento, cualquier semblanza de estrategia dirigida desde la Casa Blanca para contener los disturbios que están prendiendo en todo EE.UU. saltó por los aires. Trump denunció que los manifestantes son en realidad radicales del movimiento antifascista. Después se vio en la obligación de aclarar que todas las autoridades de Mineápolis, donde murió George Floyd, son demócratas, del alcalde a los senadores del estado. Y finalmente ha convocado para esta noche [madrugada en España] a sus partidarios a la Casa Blanca, para defenderle, se supone, de nuevos cercos como el del viernes.