Cientos de migrantes, principalmente hondureños, partieron el miércoles a pie o en diversos vehículos desde San Pedro Sula con la esperanza de formar el tipo de caravana que llegó a la frontera de México con Estados Unidos en 2018.
Algunos agitaban banderas hondureñas y entonaban consignas contra el presidente Juan Orlando Hernández mientras partían con destino a la frontera de Guatemala. Algunos empezaron a llegar a esa zona por la tarde.
La mayoría de los intentos de formar caravanas en 2019 se vieron frustrados por la presencia de la policía y de la Guardia Nacional de México, que se ha visto presionado por Estados Unidos para impedir que los migrantes lleguen a la frontera.
En su primer día en el cargo, el presidente guatemalteco Alejandro Giammattei dijo que los hondureños podrían ingresar a Guatemala, país que deben cruzar para llegar a México y posteriormente a Estados Unidos.
Giammattei señaló que los acuerdos de viaje entre las naciones centroamericanas requieren que Guatemala permita el paso de los migrantes. Sin embargo, la policía guatemalteca parecía estar deteniendo a migrantes en el cruce de Corinto, aparentemente para exigirles que mostraran una identificación.
“No podemos impedir a todas aquellas personas que vengan plenamente identificadas” ingresar al país, señaló el mandatario. “Vamos a pedir papeles para definir que son los padres o tutores legales de los niños que van en la caravana, de lo contrario esos niños serán devueltos a Honduras. Nosotros tenemos que proteger el derecho de los niños”.
La mayoría de los países no permiten que los menores viajen sin el consentimiento de sus padres o tutores y algunas personas de las caravanas anteriores han viajado con niños que no son suyos.
“Vamos a ser extremadamente exigentes en cuanto a los menores de edad”, aseveró Giammattei.
Algunos migrantes señalaron que sabían que la travesía era dura, pero que lo intentarían de todas maneras.
“Aquí no vivimos, sobrevivimos”, dijo Elmer García, de 26 años, de la localidad hondureña de Comayagua y quien partió junto con los demás migrantes de San Pedro Sula. “Entonces da igual, da igual morir allá que morir aquí”.
Gerson Noé Monterroso, de 34 años, ha estado desempleado desde hace cinco años. Dejó su pueblo natal de Choloma, al norte de San Pedro Sula, con la esperanza de conseguir empleo y enviar dinero a su familia.
Monterroso partió con uno de sus hijos en brazos, pero dejó a los demás con sus abuelos en Choloma.
“Aquí en Honduras las oportunidades son escasas”, comentó. “No se aguanta la delincuencia, no estamos seguros ni en nuestros hogares”.
Dijo que éste era su tercer intento de llegar a Estados Unidos. En los otros dos lo obligaron a volver.
Las perspectivas de que se forme una caravana como la de 2018, que involucró a miles de personas, parecen remotas. Muchos de los migrantes solicitaron asilo, algo que ahora se ha vuelto difícil o imposible.
Estados Unidos ha utilizado el método de la zanahoria y el garrote en los acuerdos bilaterales firmados desde julio con Guatemala, Honduras y El Salvador para negar a la gente la oportunidad de pedir asilo en Estados Unidos. Son enviados de regreso a Centroamérica para que pidan protección desde allí.
“La verdad es que es imposible que puedan llegar a Estados Unidos”, señaló la activista por los derechos humanos Itsmania Platero. “La policía de México ha dicho que tiene un contingente muy fuerte y que va a capturar a todos los migrantes que ingresen sin documentos y de manera irregular, serán puestos en privación de libertad y retornados al país de origen”.
Esto no desanima al nicaragüense Israel Connor, que ha vivido en Honduras desde que huyó del malestar político y social en su país. Partió el miércoles junto con su esposa Darlen Suazo y sus tres hijos, de entre 3 y 5 años.
“Le vamos a hacer la lucha, si Dios con nosotros, quién contra nosotros”, comentó Connor. “Sabemos que vamos a pasar de Guatemala y Dios le va a tocar el corazón a las autoridades en México”.
Esta retórica es similar a la que empleaban los migrantes de las primeras caravanas, pero la situación ha cambiado desde entonces.
“Los riesgos se vuelven mucho más altos por las deportaciones”, dijo la analista de migraciones Sally Valladares a la prensa local.
Además, al no poder cruzar el territorio mexicano en caravana, “van a buscar de manera individual un camino y podrían caer en manos de organizaciones criminales que acechan a los migrantes”.-AP