La reciente visita de Xiomara Castro a la Basílica de Guadalupe en México es un nuevo hecho cuestionable por parte de la mandataria. En un flagrante acto de hipocresía, la mandataria y su círculo cercano parecen intentar resaltar esta visita como un gesto de devoción guadalupana, cuando, en realidad, muchos hondureños son conscientes de las políticas de su gobierno, que a menudo son percibidas como anticristianas.
Este intento de alinearse con valores religiosos contrasta con decisiones y acciones que han alejado a sectores importantes de la comunidad creyente. La narrativa de presentarse como una líder comprometida con la fe católica se siente forzada y desconectada de la realidad del entorno político actual en Honduras.
La inconsistencia entre la imagen que se quiere proyectar y las acciones del gobierno plantea serias dudas sobre la autenticidad de esta visita. En lugar de fortalecer su vínculo con la ciudadanía, este gesto puede ser visto como un intento superficial de recuperar popularidad en un momento de creciente descontento. La pregunta que queda en el aire es si realmente hay una intención genuina detrás de esta visita, o si simplemente se trata de una estrategia para distraer y manipular la percepción pública.