El avance del crimen organizado en los países del hemisferio, y en especial en el Triángulo Norte de Centroamérica, permite identificar nuevas tipologías que explican sus movimientos y conexiones. Se clasifican entre grandes, medianas y pequeñas, y se identifican bajo tres tipologías: las redes infiltradas en el Estado, las redes de base social y las redes empresariales.
Conocidas como un grupo de personas que se asocian de manera regular y prolongada para facilitar un objetivo criminal, las redes criminales pueden caracterizarse por asociaciones, alianzas o colaboraciones formales o informales. Estas se definen por un objetivo criminal común (como la provisión de bienes o servicios ilícitos; extracción de recursos o rentas de economías legales o ilegales; expulsión de redes rivales o regulación de actividades del hampa). Las redes criminales, en contraste, pueden incluir múltiples organizaciones con objetivos dispares y, en ocasiones, incluso opuestos, como parte de su lógica de operar y penetrar sectores que le son de interés.
De las redes criminales de los años sesenta, setenta, ochenta hasta entrada la década del año dos mil, la mutación e intereses evolucionaron del narcotráfico, contrabando de cigarrillos y lavado de dinero, para incursionar en lo que se conoce como “redes controladas por el Estado”. Esto a partir del año 2010, hasta la fecha, siendo Honduras, entre muchos otros, uno de los países identificados en esa última categoría.