Rara vez los documentos oficiales se alinean con la brutal realidad que viven los hondureños en los mercados y otros centros de venta de alimentos y demás bienes. En estos momentos la inflación oficial casi es similar a lo que dicta el mundo real, no la realidad de los despachos cómodos y bien refrigerados de los funcionarios públicos.
Todas las semanas, por no decir todos los días, las amas de casa y los consumidores en general, son notificados por los dueños de pulperías, puestos de venta y en los mercados, de la subida de los precios de los alimentos. Ya no es novedad, ni hay sorpresa para los consumidores.
Las alzas en los alimentos, calzado, electricidad y otros es el pan diario de los hondureños que ven como los precios devoran los salarios y empujan a las familias a la pobreza que en Honduras se extiende por los cuatro rincones del país a niveles que superan el 70%.
Según el reporte del BCH de octubre sobre inflación, el rubro de fue influenciado por las alzas en “frijoles, huevos, hortalizas (lechuga, cebolla, yuca, tomate pera y zanahoria), lácteos (queso, mantequilla, leche en polvo y pasteurizada), tortillas, azúcar, pollo, cereal, uvas y jugos; algunas de estas alzas fueron ocasionadas por distorsiones en la comercialización en el mercado local”.
Es de tomar nota que el BCH trabaja para medir la inflación con una metodología de unos 20 años, donde se encuentran 198 productos y servicios. El estándar internacional es que cada 10 años se revise la metodología de la lista para que esta refleje los reales patrones de consumo de la población.
El BCH y el Instituto Nacional de Estadísticas (INE) acordaron hacer una encuesta nacional que actualizara los datos el 2020, pero ese año fue el de la pandemia del COVID-19 y el mismo fue suspendido.