Mismo modus operandi que en la cuarentena impuesta a España. Con nocturnidad, y con un margen de tiempo de apenas tres horas, el Gobierno del Reino Unido anunciaba la noche del jueves, en el último momento, que endurecía el confinamiento para más de cuatro millones de personas en el norte de Inglaterra a partir de este viernes.
La medida, impuesta para el país más afectado de Europa por la pandemia hasta finales de mayo, según datos ofrecidos por la propia Organización Nacional de Estadística británica (ONS), prohíbe a sus ciudadanos mezclarse con personas fuera de su burbuja de seguridad en espacios cerrados, pero en cambio no clausura cafeterías, pubs, restaurantes ni gimnasios.
Diez alcaldes de las ciudades del condado de Greater Manchester, al norte de Inglaterra, han criticado que no se les avisase con la suficiente antelación y que, una vez anunciadas las nuevas regulaciones, estas no se correspondiesen con lo que se les había comunicado desde Downing Street apenas unas horas antes.
La actuación del Gobierno, catalogada de nuevo como «ruinosa» por parte de la oposición, que critica los tiempos en que se produce -unas veces por apresurada y otras por tardía-, vuelve a justificarse en base a criterios técnicos, aunque resulta difícil que puedan asegurarse de su cumplimiento. A pesar de que se amenaza con multas de 110 euros, al mantener estos comercios abiertos y permitir la mezcla entre diferentes burbujas al aire libre parece complicado que se vaya a cumplir con la restricción de puertas para adentro, sobre todo teniendo en cuenta un último estudio publicado por la ONS.
Según este organismo menos de la mitad de los ingleses estarían respetando actualmente el distanciamiento social impuesto por el Gobierno, y, de hecho, solo tres de cada diez aseguran cumplir con todas las directrices actualmente en vigor. Hasta ahora, además, se ha visto que las cifras de fallecidos y contagiados han mejorado en el país cuando el tiempo no ha acompañado a la socialización, pero en estos momentos los ingleses se hallan a las puertas de una nueva ola de calor y playas como la de Bournemouth, que registraron medio millón de visitantes hace apenas un mes, ya están intentando blindarse ante el esperado aluvión de bañistas.