En su ‘Carta al Pueblo de Dios’, 152 obispos, arzobispos y obispos eméritos cargan duramente y sin paliativos contra el Gobierno Bolsonaro, del que destacan su «incapacidad e inhabilidad» para superar las crisis, empezando por la provocada por la pandemia.
«Todos, personas e instituciones, seremos juzgados por las acciones u omisiones en este momento tan grave y desafiante. Vemos, sistemáticamente, discursos anticientíficos, que intentan naturalizar o normalizar el flagelo de las miles de muertes del Covid-19, tratándolas como fruto de una casualidad o del castigo divino. este discurso no se basa en principios éticos y morales, y tampoco aguanta ser confrontado con la Tradición y la Doctrina Social de la Iglesia», dicen, apuntando claramente a la actitud del presidente en los últimos meses.
Los dardos no se limitan a la controvertida gestión que Bolsonaro está haciendo de la pandemia. Son una enmienda a la totalidad. «El desprecio por la educación, la cultura, la salud y por la diplomacia también nos deja atónitos. Ese desprecio es visible en la demostraciones de rabia por la educación pública; en el apelo a ideas oscurantistas, en la elección de la educación como enemiga. en la repugnancia por la conciencia crítica y la libertad de pensamiento y de prensa, en la descalificación de las relaciones diplomáticas con varios países, en la indiferencia ante el hecho de que Brasil ocupe uno de los primeros lugares en número de infectados y muertos por la pandemia sin ni siquiera tener un ministro titular en el ministerio de Salud…».
Capítulo especial merece la política económica. Buena parte de la Iglesia Católica brasileña cree que el Gobierno demuestra «omisión, apatía y rechazo por los más pobres y vulnerables de la sociedad» y pone como ejemplo el veto de Bolsonaro a los puntos de una ley que obligaba al Gobierno a entregar agua potable, camas y equipamientos médicos a las comunidades indígenas alegando que no había presupuesto suficiente.
Para los obispos firmantes de la carta, Brasil necesita reformas serias, pero no como las realizadas hasta ahora, pensadas para una economía que «insiste en el neoliberalismo que privilegia el monopolio de pequeños grupos poderosos». En su opinión, la reforma de las pensiones y la reforma laboral, por ejemplo, defendidas por el Gobierno como los grandes logros que iban a relanzar el país, fueron «trampas» que precarizaron aún más la vida del pueblo. «El sistema actual del Gobierno no coloca en el centro a la persona humana y el bien de todos, sino la defensa intransigente de los intereses de una ‘economía que mata’ (Alegría del Evangelio, 53), centrada en el mercado y en el beneficio a cualquier precio».
La carta también carga contra uno de los pilares del bolsonarismo, su conexión con las iglesias evangélicas más radicales. «Hasta la religión es utilizada para manipular sentimientos y creencias, provocar divisiones, difundir odio y crear tensiones entre iglesias y sus líderes». Los obispos lamentan cualquier asociación entre religión y poder en el Estado laico y remarcan que hay grupos religiosos fundamentalistas «que colaboran con el mantenimiento de un poder autoritario».
Bolsonaro, que hizo de su lema de campaña ‘Brasil por encima de todo, Dios por encima de todos’ prácticamente un eslogan de Estado, provoca indignación en los obispos por la apropiación que hace del cristianismo: «¿Cómo no vamos a indignarnos ante el uso del nombre de Dios y su santa palabra mezclados con declaraciones y posturas que incitan al odio en vez de predicar el amor?».