Hace 23 años, pasada la medianoche del 1 de julio de 1997, zarpaba del puerto de Victoria Harbour de Hong Kong un yate de la familia real británica. A bordo iba el Príncipe de Gales y Chris Patten, el último gobernador de una colonia que había pasado de ser una isla de pesadores a uno de los centros financieros más importantes del mundo, y que acababa de integrarse en la la República Popular China como Región Administrativa Especial.
El traspaso de soberanía lo acordó en 1984 la primera ministra británica, Margaret Thatcher, con el líder chino Deng Xiaoping. Entonces había muchas dudas sobre si China iba a ser capaz de respetar el grado de autonomía de Hong Kong – su propio sistema legal, partidos políticos y derechos que incluyen la libertad de expresión y reunión-, así como el principio conocido como ‘un país, dos sistemas’ durante las cinco décadas acordadas. Años antes de que Hong Kong pasara a dominio chino ya muchos ciudadanos temieron que su ciudad acabaría antes de lo previsto, absorbida en todos los sentidos por Pekín.
«Los hongkoneses se sienten atrapados entre una inminente patria china que no pueden cambiar y una patria imperial que se aleja, que los está traicionando al retirar la alfombra de bienvenida a aquellos que quieren huir. Londres ha dejado claro que tener un pasaporte británico de Hong Kong no es lo suficientemente bueno para entrar a Gran Bretaña», escribió Margaret Scott, una periodista del New York Times, en una crónica de 1989 que no queda tan lejana si uno observa los acontecimientos actuales.
Anoche, apenas una hora antes de que se cumplieran 23 años desde que la ex colonia británica regresara al dominio chino, una nueva ley de seguridad nacional entró en vigor en Hong Kong. En Pekín la habían cocinado en secreto ya que fue aprobada sin que los habitantes de la ciudad pudieran digerir previamente la dura legislación que se les venía encima.
Durante el primer día de la ley de seguridad nacional, miles de manifestantes se han lanzado a las calles en la clásica protesta del 1 de julio, más motivada que nunca por el embiste de Pekín. La Policía había prohibido la manifestación y ha informado de que ya ha efectuado más de 300 detenciones a lo largo del día. Al menos nueve personas que portaban carteles y banderas en favor de la independencia de Hong Kong han sido arrestadas en base a la nueva ley, que dicta que todo el que lleve una pancarta considerada separatista o subversiva será detenido. Y puede ser condenado incluso con cadena perpetua. Entre los detenidos por agitar una bandera independentista hay una adolescente de 15 años.
La jornada de protestas está transcurriendo con escenas similares a las que se vivieron durante las revueltas del año pasado: la Policía disparando bolas de pimienta, balas de goma y cañones de agua para dispersar a la multitud. Y algunos manifestantes levantando barricadas con ladrillos y provocando pequeños fuegos para bloquear algunas calles. Hay que apuntar que la nueva ley sostiene que el «incendio premeditado y el vandalismo del transporte público con la intención de intimidar al gobierno de Hong Kong o al gobierno chino con fines políticos constituirán actos de terrorismo».
Mientras los hongkoneses jaleaban proclamas en favor de la democracia y de la independencia de la ex colonia, en varios puntos de la zona comercial de Causeway, los agentes han levantado carteles morados en los que advierten a los ciudadanos que si salen a manifestarse podrían ser arrestados por secesión o subversión bajo la nueva ley. La Policía también ha comunicado en redes sociales que uno de sus oficiales ha sido apuñalado en el brazo por «alborotadores que sostenían objetos afilados. Mientras los espectadores no ofrecieron ayuda, los sospechosos huyeron».
China defiende que esta nueva ley no erosionará las libertades democráticas de la ciudad. Zhang Xiaoming, director ejecutivo de la Oficina de Asuntos de Hong Kong y Macao, ha señalado que la ley era un «regalo de cumpleaños» para Hong Kong. «Es un punto de inflexión que volverá a encaminar la ciudad hacia el desarrollo. Es la espada de Damocles que se cierne sobre un pequeño grupo de delincuentes que quieren interferir en los asuntos de la ciudad».
Algo que no comparten los millones de hongkoneses que desde junio de 2019 han plantado cara en las calles al autoritarismo del gigante asiático para mantener su sistema de semilibertades que ahora ven peligrar.