Aunque durante esta pandemia Washington, capital del poder mundial, se ha convertido en una ciudad fantasma de calles vacías mañana, tarde y noche, hay una luz que se ha mantiene permanentemente encendida: la de la Casa Blanca. Aunque los protocolos de seguridad se han endurecido, y a todos los visitantes externos se les toma rigurosamente la temperatura y se les hace la prueba de coronavirus, la sede de la presidencia de EE.UU. se ha mantenido operativa a diario, con reuniones, discursos y ruedas de prensa siempre en la agenda. Ahora, sin embargo, el cerco se estrecha alrededor del presidente, y varios funcionarios, científicos y militares en su equipo se han sometido a una cuarentena voluntaria tras haber dado positivo o haber estado en contacto directo con personas contagiadas.
Un tenso miedo se ha cernido sobre el complejo de la Casa Blanca, todo un entramado de edificios y subterráneos mucho mayor que la mansión que se ve en todas las fotografías. En ese blanco edificio, que combina la residencia del presidente, el Despacho Oval y las oficinas de su equipo en el Ala Oeste, trabajan más de 300 personas. Dentro, es físicamente imposible mantener las distancias de seguridad. Como hay pruebas suficientes para hacer decenas de diagnósticos diarios, casi ningún empleado lleva máscaras para tapar boca y nariz. Un pequeño grupo de funcionarios sí puede trabajar desde casa, pero lo cierto es que la mayoría sigue acudiendo a su puesto a diario.