Muchos de los casi 3.000 migrantes centroamericanos que han llegado a la frontera de México con California dijeron el sábado que no se sienten bienvenidos en la ciudad de Tijuana., a donde se dirigen cientos de migrantes después de más de un mes de trayecto.
La gran mayoría acamparon en un complejo deportivo de la ciudad mexicana, durmiendo en un campo de béisbol de tierra y bajo las gradas con vista a los muros de acero con alambre de púas en la cima en la recién reforzada frontera entre Estados Unidos y México. La ciudad abrió el complejo después de que otros refugios se llenaron hasta el límite de su capacidad. Algunos grupos eclesiásticos proporcionaron duchas portátiles, sanitarios y lavabos, además de repartir café y donas. El gobierno federal calcula que pronto podría haber más de 10.000 migrantes en Tijuana.
El alcalde de Tijuana Juan Manuel Gastélum ha calificado la llegada de los inmigrantes como una “avalancha” que la ciudad no está preparada para soportar, calculando que permanecerán en Tijuana durante al menos seis meses en lo que aguardan a presentar sus solicitudes de asilo. Los inspectores fronterizos estadounidenses procesan unas 100 solicitudes al día en el principal cruce entre Tijuana y San Diego. Los migrantes se registran en una lista que está gestionada por ellos mismo, y que ya contaba con unos 3.000 nombres incluso antes del arribo de la caravana.
A pesar de que muchos en Tijuana han expresado su solidaridad con el calvario de los migrantes e intentan ayudarlos, algunos lugareños les han gritado insultos, aventado piedras e incluso golpes.
Es un marcado contraste con las muchas comunidades mexicanas que recibieron a la caravana con carteles, música y donativos de ropa después de que entrara a México hace casi un mes.
Incontables residentes de áreas rurales les dieron fruta y agua a los migrantes a su paso por el sur de México, deseándoles un buen viaje.
Alden Rivera, el embajador de Honduras en México, visitó el sábado un complejo deportivo. Rivera prevé que los migrantes necesitarán albergue durante al menos ocho meses, y dijo que trabaja con México para obtener más fondos para su cuidado y alimentación. Dijo que espera que la cifra de migrantes en Tijuana alcance los 3.400 durante el fin de semana, luego de que otros 1.200 migrantes llegaron a Mexicali, otra ciudad fronteriza a unas cuantas horas al este de Tijuana. Otros 1.500 planean llegar a la región fronteriza la próxima semana.
Rivera dijo que 1.800 hondureños han regresado a su país desde que la caravana emprendió su marcha el 13 de octubre, y espera que muchos más tomen la misma decisión.
“Lo que queremos nosotros es que regresen a Honduras”, dijo Rivera al señalar que cada migrante debe sopesar la posibilidad de volver a casa, solicitar asilo en México o esperar para presentar su solicitud en Estados Unidos.
La Secretaría de Gobernación de México dijo el viernes que 2.697 migrantes centroamericanos han solicitado asilo en México bajo un programa que lanzó el gobierno el 26 de abril para otorgarles de manera más rápida los documentos necesarios para vivir, trabajar y estudiar en el sur de México.
Ivis Muñoz, de 26 años, ha considerado volver a Honduras. El granjero cafetalero llamó el sábado a su padre en Atima, Honduras, para hablar de su siguiente paso después de que unos locales lo atacaron en una playa de Tijuana. Su padre le dijo que resistiera.
Muñoz tiene una bala en la pierna. El miembro de una pandilla le disparó hace un año y lo amenazó con matarlo si volvía a verlo. Muñoz dijo que más tarde se enteró que su novia lo había estado engañando con el pandillero.
Tiene miedo de ir a casa, pero en Tijuana no se siente bienvenido.
Muñoz dormía en una playa de Tijuana junto con otras dos docenas de migrantes, cuando comenzaron a caer piedras del cielo alrededor de las 2 de la mañana del pasado miércoles. Escuchó a alguien gritar: “¡No los queremos aquí! ¡Regresen a su país!” Muñoz y los demás se levantaron y corrieron en busca de resguardo, dirigiéndose a las calles de una zona residencial cercana. Al salir el sol, abordaron un camión hacia el centro de Tijuana. Ahora permanece en el complejo deportivo.
“No sé qué hacer”, dijo Muñoz. Teme que Estados Unidos no le otorgue el asilo, y será deportado si intenta ingresar al país sin autorización.
Carlos Padilla, un migrante de 57 años procedente de Progreso, Honduras, dijo que un habitante de Tijuana le gritó “los migrantes son cerdos”, mientras caminaba hace poco por una calle. No respondió. “Nosotros no venimos a causar problemas, venimos con amor y con la intención a pedir asilo”, dijo. “Pero nos tratan como animales aquí”.
Padilla dijo que lo más probable es que regrese a Honduras en caso de que Estados Unidos rechace su solicitud de asilo.
La prolongada permanencia de los migrantes en Tijuana ha causado preocupación sobre la capacidad de la ciudad fronteriza de 1,6 millones de habitantes para manejar la afluencia.
Las autoridades de la ciudad informaron que adaptaron un gimnasio municipal y un complejo recreativo para albergar a los migrantes en espacios cerrados. Los refugios privados de la ciudad tienen una capacidad máxima para 700 personas. El complejo municipal puede albergar a unas 3,000 y para el viernes por la noche ya había 2.397 en el lugar.
Algunos dueños de comercios cercanos al refugio se quejaron el sábado de saqueos y robos por parte de algunos migrantes.
Francisco López, de 50 años, es dueño de una mueblería cercana. Dijo que un grupo de migrantes robó comida de una tienda a pocos metros de ahí, y le preocupa que mientras los migrantes se alberguen ahí aumente la delincuencia en la zona.
Otros vecinos expresaron su solidaridad.
“Pobre gente ha dejado su país y están en un lugar desconocido”, dijo María de Jesús Izárraga, de 68 años y quien vive a dos cuadras del complejo.
Mientras Izárraga hablaba a la puerta de su casa, un hombre la interrumpió para pedirle dinero para comprar un plato de frijoles. Dijo que llegó con la caravana y tenía ampollas en los pies. Ella le dio algunos pesos y continuó hablando. “Espero que se arregle todo esto de la mejor manera posible”.
A las afueras del complejo, una larga fila de migrantes serpenteaba a lo largo de la calle para recibir donativos de ropa mientras llegaban al lugar enormes hieleras con botellas de agua donadas por grupos de caridad.
Felipe Garza, de 55 años, reconoció que muchos en la ciudad no quieren ayudar, mientras él y otros voluntarios de su iglesia servían café y pan a los migrantes en el improvisado albergue. “Es incómodo recibir a una multitud grande de gente, pero es una realidad que se tiene que atender”, declaró.
Garza prometió que si los centroamericanos se comportan, Tijuana los acogerá como hizo con los miles de haitianos que llegaron en 2016. Desde entonces, esos haitianos han abierto restaurantes, estéticas y se han inscrito en universidades locales.
El agente de policía Víctor Coronel está de acuerdo, pero se pregunta a cuántos más puede recibir la ciudad. “La única cosa que podemos hacer es esperar a que al presidente Trump se le abra su corazón un poquito”, comentó.
Trump, quien intentó convertir a la caravana en un tema de campaña durante las elecciones de la semana pasada, recurrió el viernes a Twitter para volver a criticar a los migrantes.
“No es irónico que las enormes caravanas de personas que se dirigen a nuestra frontera y quieren asilo de Estados Unidos tengan miedo de estar en su país, pero ondean con orgullo la bandera de su país. ¿Esto es posible? Claro, porque todo es un enorme engaño y los contribuyentes estadounidenses lo están pagando”, dijo Trump en un par de tuits.-AP