La tensión se ha disparado en Norteamérica. El presidente de México, Enrique Peña Nieto, ha anunciado que suspende la reunión prevista el próximo martes en Washington con Donald Trump para negociar el Tratado de Libre Comercio. La decisión, que abre profunda crisis diplomática entre ambas naciones, llega después de que el mandatario estadounidense firmase el miércoles la orden de construir un muro en la frontera y de que hoy afirmase por Twitter que si México no estaba dispuesto a pagar, era mejor cancelar el encuentro. La humillación pública para Peña Nieto y su equipo fue de tal calibre que, pese a sus resistencias iniciales, decidieron cancelar la visita y adentrarse en territorio desconocido. Tanto que en respuesta a México, el portavoz de la Casa Blanca, Sean Spicer, aumentó aún más la presión y dijo que Trump ha decidido cómo hacer pagar a México por el muro: imponiendo una tasa del 20% a todas las importaciones desde el país. «Si gravas con un 20% esos 50.000 millones de importaciones», dijo Spicer, «logras 10.000 millones al año y pagas fácilmente el muro con ese mecanismo, eso es lo que va a proveer los fondos de veras». Las hostilidades han empezado.
Nunca en las últimas décadas la relación entre Estados Unidos y México había pasado por un momento tan crítico. En el aire han quedado ahora mismo la supervivencia del Tratado de Libre Comercio para América del Norte, del que ya se ha dado de baja Canadá, y la estabilidad de una relación entre dos países que comparten más de 3.100 kilómetros de frontera e inmensos nexos demográficos, culturales y económicos.
Para llegar a este punto, Trump se ha empleado durante meses a fondo y ha sacado sus peores modos. No sólo al inicio de su campaña a la presidencia, en que llamó violadores y asesinos a los inmigrantes mexicanos, sino ya en la Casa Blanca, escenificando con su vecino un juego de dominio y poder muy alejado de cualquier negociación al uso.
El último capítulo de esta historia empezó a escribirse el martes cuando el secretario de Exteriores y hombre fuerte del Gobierno, Luis Videgaray, y el de Economía, Ildefonso Guajardo, llegaron a Washington para iniciar las conversaciones y preparar el terreno para la visita oficial del 31 de enero. Enviados por Peña Nieto bajo el lema de “ni sumisión ni confrontación”, sobre ellos recaía el reto de revitalizar una relación moribunda.
Pero su aterrizaje no pudo tener peor comienzo. La misma noche del martes, Trump anunció por Twitter su intención de firmar a la mañana siguiente la orden de construcción del muro. El golpe dejó en evidencia la escasa importancia que daba Washington a los intentos mexicanos por restablecer la confianza. Fiel a sus promesas, a la mañana siguiente Trump firmó los decretos para construir el muro e insistió sin tapujos en que «de una manera u otra» lo iba a pagar México.
La andanada resonó en México. Las voces de protesta empezaron a multiplicarse. Casi todos los partidos de oposición exigieron al presidente que no acudiera a Washington por dignidad. Solo el favorito en las encuestas, el izquierdista Andrés Manuel López Obrador, pidió apoyo para Peña Nieto. Pero no se trató sólo de un repudio político. Intelectuales y artistas se lanzaron a las redes para expresar su indignación. «Es un insulto, México no puede vivir bajo esta amenaza permanente. Es inaceptable», señaló a este periódico el excanciller Jorge Castañeda.
La diplomacia mexicana se vio rodeada. Al igual que ocurriera en agosto pasado, cuando Trump humilló a México con su visita relámpago, la historia volvía a repetirse. Trump había dado la espalda a su vecino justo cuando le tendía la mano. Las consecuencias del desaire, sin embargo, aún tardarían en verse. Videgaray y Guajardo, reunidos en la Casa Blanca, mantuvieron las conversaciones hasta la tarde. Y al salir, según fuentes cercanas, comunicaron el resultado a Los Pinos.
La noche del miércoles Peña Nieto vivió uno de los momentos más complejos de su presidencia. Tenía que decidir su próximo paso. Ir a Washington significaba someterse a la humillación pública de sentarse con quien no dejaba de insultar a México; quedarse implicaba perder la posibilidad de negociar un tratado vital para un país que dirige el 80% de sus exportaciones a Estados Unidos. La solución que adoptó no contentó a nadie.
A través de un breve mensaje grabado en vídeo, el presidente mexicano se limitó a reprobar la construcción del muro, insistió en que de ningún modo México lo pagaría, pero mantuvo su agenda abierta. Para el equipo gubernamental, se trataba de evitar un fracaso histórico y, ante todo, demostrar, la buena voluntad de los mexicanos en un asunto crucial para su supervivencia económica. El intento fue vano. Este jueves por la mañana siguiente, Trump, a través de Twitter, volvió a las andadas y lanzó su amenaza a Peña Nieto.
El mensaje era tan nítido como salvaje: si no estaba dispuesto a pagar por el muro era mejor que no viniera a Washington. Con sus palabras, la segunda humillación en 24 horas, el viaje del presidente mexicano se tornó imposible. A media mañana, ante un país estupefacto y dolido, Peña Nieto anunció que desistía de la reunión de Trump («Esta mañana hemos informado a la Casa Blanca que no asistiré a la reunión de trabajo programada para el próximo martes»). Pocas horas después, el republicano trató de ofrecer una versión dulcificada y mantuvo que se trataba una cancelación por acuerdo mutuo. Nadie en México le refrendó. En cualquier caso, suspendida la reunión y quebrada la confianza, lo que ha quedado es una puerta abierta a una crisis cuyas consecuencias aún son difíciles de calibrar.
En el campo interno, el fracaso negociador de Peña Nieto y su válido, Luis Videgaray, marca el punto más bajo de su mandato. Con una valoración en mínimos históricos, es difícil que pueda recuperarse. Dos veces ha caído ya ante Trump. Y en el terreno bilateral, la incógnita queda abierta. Si no hay negociación, presumiblemente el tratado, después de 23 años de vigencia, quede enterrado. Para Estados Unidos será un golpe, pero para México supondrá un terremoto. Tendrá que acogerse, según los expertos, a las reglas arancelarias de la Organización Mundial del Comercio y luego negociar acuerdos bilaterales. Pactos que pueden ser extremadamente dolorosos, tal y como dejo claro el portavoz de Trump al apuntar a un arancel del 20% a las exportaciones mexicanas. Una cifra imposible pero que marca el nuevo rumbo de la relación.
Tomado de internacional.elpais.com