En un nuevo informe basado en un abundante trabajo de campo, Insight Crime y la Asociación para una Sociedad más Justa descubrieron que las dos más grandes pandillas de Honduras, laMS13 y Barrio 18, están evolucionando, y cómo sus actuales modus operandi dan como resultado sorprendentes niveles de violencia y extorsión.
Durante las últimas dos décadas Honduras ha sufrido un significativo incremento en la cantidad de personas afiliadas a las maras y pandillas, así como en la actividad delictiva y la violencia que se deriva de estas. El repunte en la violencia ha sido un tema de particular relevancia e interés en el país. En 2014, Honduras fue catalogado como el país más violento del mundo de los países sin conflicto de guerra.
Aunque debido a los niveles de impunidad y falta de datos resulta difícil evaluar la cantidad de asesinatos en efecto vinculados directamente con la problemática de las maras y pandillas, queda claro que el uso de la violencia por parte de las maras y pandillas —en contra de los rivales, de los civiles, de los miembros de las fuerzas de seguridad y de los supuestos trasgresores dentro de sus propias filas— ha contribuido inmensamente al incremento de dichas cifras.
Los centros urbanos del país se encuentran entre las áreas particularmente golpeadas por la ola de criminalidad. Según algunos, la capital económica de Honduras, San Pedro Sula, es la ciudad más violenta del mundo, con una tasa de homicidios de 142 por cada 100.000 habitantes. La capital política, Tegucigalpa, tiene una tasa de homicidios de 81 por cada 100.000 habitantes. La tercera ciudad más grande del país, La Ceiba, tiene una tasa de homicidios de 95 por cada 100.000 habitantes. Estas son algunas de las áreas dominadas por las maras y pandillas, particularmente las dos más prominentes, la Mara Salvatrucha (MS13) y la pandilla Barrio 18, con la mayor presencia e influencia en el país.
El surgimiento de las maras y pandillas híper-iolentas es un fenómeno que se dio con relativa rapidez en Honduras. Hacia finales de la década de los 90, con la emisión de la legislación en Estados Unidos de América que llevó a un incremento en las deportaciones de los ex-convictos, varios miembros de la MS13 y de Barrio 18 retornaron al país. Hacia inicios del año 2000, estos dos grupos, junto con varios otros locales, empezaron una guerra sangrienta por el territorio —y por los ingresos derivados de la extorsión y de los mercados de droga que le acompañan— situación que continúa hasta el día de hoy. El gobierno respondió aprobando una ley de «Mano Dura» y arrestó a miles de sospechosos de ser miembros de maras y pandillas. Esto en vez de reducir el crecimiento de las maras y pandillas, les permitió consolidar su liderazgo dentro del sistema penitenciario, desde donde expandieron sus carteras económicas y establecieron relaciones con otras organizaciones delictivas.
En este informe se describe la situación actual de las maras y pandillas en Honduras. Se hace un énfasis en la historia, la presencia geográfica, la estructura y el modus operandi de Barrio 18 y de la MS13 en el país. También se analiza cómo podrían estar evolucionando las maras y pandillas para convertirse en organizaciones criminales más sofisticadas. Se ilustran ejemplos que reflejan cómo en algunas zonas estos dos grupos en particular se están ganando el beneplácito de las comunidades en las que operan. Finalmente, se presenta una descripción general de algunas de las otras maras y pandillas callejeras que operan en Honduras.
Hallazgos principales
La pandilla Barrio 18 y la MS13 representan operaciones más pequeñas de lo que se había percibido en el pasado. La incorporación a una de estas maras y pandillas tiene un alto precio, y aquellos que buscan entrar para formar parte de sus filas frecuentemente son utilizados como carne de cañón. Los miembros más jóvenes incluso pueden ser obligados a servir en sus filas y muchos de ellos se marchan sin convertirse en miembros totalmente integrados.
Ambas, tanto la mara como la pandilla tienen una estructura nominalmente jerárquica, pero la verdadera naturaleza de sus operaciones es más horizontal. Muchos de los líderes tienen una relativa autonomía dentro de sus zonas de influencia, especialmente aquellos dentro de la estructura de Barrio 18.
La pandilla Barrio 18 depende aún de la extorsión dentro de sus áreas de influencia, lo cual está volcando a la población en su contra. La MS13, por otro lado, tiene una política de no recurrir a la extorsión dentro de sus propias comunidades, lo cual le ha ayudado a la mara a forjar una imagen más benevolente que la de sus rivales.
La MS13 depende mucho del narcomenudeo. Barrio 18 busca cada vez un mayor control de esta economía delictiva y las autoridades consideran que la batalla por la famosa «esquina» está motivando mucha de la violencia en las áreas donde operan ambos grupos.
Todas las pandillas y maras principales en Honduras dependen de los ingresos derivados de la extorsión en contra del sector del transporte público. Una mara o pandilla extorsionando al transporte público en Tegucigalpa puede tener ganancias netas de hasta US$2,5 millones por año. Es posible que haya colusión de las autoridades —particularmente de la policía— en estos círculos de extorsión.
Una comparación de las zonas en Tegucigalpa controladas por Barrio 18 con zonas controladas por la MS13 no arrojó ninguna diferencia estadística en la cantidad de homicidios. Esto a pesar del hecho que Barrio 18 tiene la reputación de ser la más violenta de las dos.
La pandilla Barrio 18 tiene como política enfrentar a las fuerzas de seguridad cuando estas entran a su territorio, mientras que la MS13 tiene la política de no oponer resistencia. Esta diferencia de enfoques podría condicionar su capacidad de corromper a las fuerzas de la seguridad.
Hay poca evidencia que sugiera que Barrio 18 esté desarrollando relaciones más profundas y cercanas con las organizaciones transnacionales de tráfico de droga. Sigue siendo un grupo delictivo con un nivel de subsistencia cuyo modus operandi depende primordialmente de la extorsión y de su propensión a utilizar la violencia.
Las autoridades opinan que los líderes de la MS13 tanto en El Salvador como en Honduras tienen la mirada puesta en convertirse en una organización delictiva transnacional, ampliando su participación en el tráfico de droga a gran escala y posiblemente convirtiéndoles en traficantes internacionales, la evidencia sin embargo, sigue siendo muy escasa.